top of page

El Chocó de Ayer

De la edición 3111 del periódico ABC (Diciembre 31 de 1935)
Más sobre César Conto

 

Quibdó, diciembre 27 de 1935.
Señor director de ABC
Acabo de leer en el número de ABC un ligero apunte sobre el nacimiento de César Conto, intitulado “Conto, quibdoseño”. Quiero creer que usted no escribió eso —como vulgarmente se dice— por no dejar, porque no de otra manera me comunicaría la anémica argumentación con que su pluma —vigorosa para done naciera Isaacs—, pretende ahora arrebatarle a Neguá la gloria de haberle dado a Colombia uno de los hijos más ilustres y al liberalismo su defensor epónimo.


Porque sí que es deleznable eso de que por haber tenido los Conto una casa en Quibdó frente al edificio de las hermanas de la Presentación, la cuna del héroe de Los Chancos se meció allí. No habría de ir muy lejos para citar casos análogos el de Conto, sea decir demostrativos de que el hecho de tener una casa en un lugar, no implica haber nacido en él: la familia Ferrer Denis tiene su residencia en esta ciudad, en la calle 7a. La familia Díaz Perea en el cruce de la carrera con la calle 5a. Y la familia Meluk en la carrera 1a. Sin embargo, no habrá de negar usted que Hugo y Raúl Ferrer Denis, Luis F. Díaz Perea, Alfonso, Armando y Emilio, abrieron los ojos en ese dulce y triste pueblo en donde vagó mi infancia, cuna del ilustre repúblico que nos ocupa. Acaso la posteridad, cuando alguno de aquellos muchachos llegue a ocupar las páginas de nuestra historia —todo cabe en lo posible—, reclame para Quibdó la gloria de la cuna, si ha de guiarse por la frágil dialéctica empleada por usted.
Yo no he creído sincero ese argumento suyo —referente a la carta de Conto para la señora Quejada de Padilla— según el cual el poeta no aludía en ella al terreno de “La Choza” sino al Chocó. No lo creo sincero —repito— en quien ha sabido codearse con los textos de filosofía. “Me alegro mucho que quiera vivir en esa tierra mía, donde solo hay el recuerdo de todo lo que fue. Y no existe mi casa, ni nada”. Frases son estas que están diciendo a las claras que el aedo se refería a sus propiedades de “La Choza” en Neguá y en ningún caso al Chocó, en la abstracta que usted lo sugiere, pues que la mencionada señora estaba viviendo en él y la alegría no podía derivarse de ese hecho, sino del de querer residir en propiedad suya —de Conto—, y por eso agregó: “Voy a escribirle a mi primo Rafael para que, en mi nombre, la deje hacer lo que quiera sobre el terreno de “La Choza”, que adoro y recuerdo mucho, pero que el destino y otros intereses no me dejan ir allá”.


La carta anterior, por sí sola, está demostrando que Conto nació en Neguá. Ya en mis mocedades había oído de labios de la señora Quejada de Padilla esta aseveración cuando, por razones de su oficio, le tocara vivir en mi casa, y en mi archivo poseo copia de dicha carta, que no quería dar a conocer sino un opúsculo que me propongo publicar sobre mi ilustre coterráneo.


En cuanto a la partida de bautismo, vaya una falta que hace. Y lo que prueba. Oiga la mía: “En la santa iglesia parroquial de San Francisco de Quibdó, a 14 de junio de mil novecientos, yo, Fray Lucas, misionero capuchino, debidamente autorizado, suplí las ceremonias del santo bautismo a Andrés Fernando, de cuatro meses de edad, hijo legítimo, etc.”. Esto no prueba ni que yo sea quibdoseño ni —mucho— c.a.r. Tampoco existe hoy esa partida en el archivo parroquial pues se quemó en el incendio del año 30. Cuando mi memoria esté fatigando la historia, ya tendrán los quibdoseños y neguaseños para rato. Pero conste —de una vez por todas— que nací en Neguá, la tierra de Conto.

 

Atentamente, Aristo Velarde.


De la edición 3112 del periódico ABC (Enero 3 de 1936)
Colonización en Napipí
Un grupo de ciudadanos, de seriedad innegable, fervorosos amigos de la agricultura, del trabajo de la tierra, se muestran decididos a emprender la colonización del río Napipí, fundando establecimientos de producción que vengan a abastecer el mercado local, por lo menos.


Hemos hablado a espacio con uno de ellos, y nos hemos enterado de sus planes. Son modestos, claro está, para sus capacidades económicas, Pero, por encima de eso, tiene una gran fe en el provenir y una confianza en sus brazos. Allá se irá y allá regará la semilla, sereno y optimista, seguro de no encontrar mayores tropiezos, porque la tierra es fértil y porque va con ánimo emprendedor, contando con la buena voluntad de los pocos vecinos que moran en aquel río ambicionado por poderes extraños, para la nueva ruta interoceánica. Por ahí debe comenzar el esfuerzo colombiano para hacer más nuestra la zona canálica: por la colonización anticipada, totalmente nuestra, en previsión de conflictos de intereses que más tarde puedan traernos serias dificultades, en esta época del mundo en que japoneses, italianos, ahora, y con anterioridad otras potencias consideran que el ensanchamiento colonial no es ya un atropello imperialista, sino un derecho perfecto.


Pero no debe dejarse abandonados a esos futuros formadores de patria en la región de Napipí. El Estado está obligado a prestarles apoyo, y más si se trata de colonizadores pobres que en su escarcela no portan sino muy pocos pesos. He ahí una obra digna de apoyo: la colonización del Napipí. No significan nada para una entidad como la intendencial dos o tres mil pesos que se inviertan por año, auxiliando colonos hasta que sus parcelas comiencen a fructificar y luego el establecimiento de una línea de transportes, que podría hacerse con la lancha ‘García Medina’, porque nada se obtendría con una producción inamovible.

bottom of page