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Diez años

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Javier Álvarez Viñuela

No quiero que pa­sen desapercibi­dos mis primeros diez años como columnis­ta de semanario Cho­có 7 días. Hubiera po­dido escribir semanal­mente para esa casa editorial de gran pres­tigio en el departamen­to que ha cualificado la opinión de la ciudada­nía y al mismo tiempo ha puesto de pre­sente las noticias de trascendencia sin perder el criterio objetivo al entender que no agencia a favor de intereses de casas políticas.

En cada edición del periódico leo su editorial y los temas que abordan los di­ferentes columnistas. Son variados y de grandes contenidos argumentativos; con cargas de críticas sobre las realida­des dramáticas de un departamento co­mo el Chocó que se niega a la transfor­mación de su dirigencia política o lo que es lo mismo: una ciudadanía que reco­noce y valida la mediocre clase dirigen­te que cada cierto tiempo los conduce hacia sus propios destinos.

 

Conocí a Quibdó hace diez años. A la capital del departamento se llega desde cualquiera de sus municipios por vía fluvial, terrestre o aérea. El primer me­dio de comunicación es casi que genera­lizado; el segundo, inexistente o con vías terciarias autorizadas para transitar­las a sabiendas de los riesgos que están en todo su trayecto; y el tercero, con unos elevadísimos costos que pareciera que no fuera un departamento pobre y deprimido.

Desde 2008 empecé a escribir colum­nas de opinión de manera esporádica que recogían la grave problemática del Chocó. En los últimos dos años, sin em­bargo, me centré en los problemas de mi región como forma de mostrar el incon­formismo de la mayoría de ciudadanos. A enseñar que no es necesario el ataque furibundo contra un líder político o una administración particular, sino que la re­creación literaria o periodística la hace­mos o encontramos en los dramas de las cotidianidades.

Fui cortés con muchos amigos que re­encontré en Quibdó; atendí sus solicitu­des aunque me consideré ave de paso por esa ciudad. Particularmente, porque solo fui en plan de atender requerimien­tos judiciales, sin pensar que exploraría una opción de vida o permanencia rela­tivamente corta allá. El trato deferente fue de Elkin Mena Bechara y de Jorge Salgado, y por ellos llegué a la acade­mia y al periodismo, con la UTCH y Chocó 7 días, respectivamente.

 

Es muy prematuro hacer un balance sobre el inventario de los artículos que escribí hasta ahora. Quise vivir la apa­sionante experiencia de docente univer­sitario, porque estaba convencido que las voces contestatarias de una sociedad salen desde las aulas. Y desde la Univer­sidad del Chocó hay una timidez endé­mica que es incapaz de reprochar la misma corrupción que se ha enquistado en una ciudadela señorial.

 

Un común denominador habrá en el cúmulo de opiniones y editoriales que libremente se escribieron: las injusticias sociales que sufre diariamente el Chocó, la suerte de su abandono, la ineficacia de las instituciones o una cultura de ile­galidad desarrollada por ciertos actores quienes simulan las modalidades de su práctica para cosechar impunidad y para los cuales, además, la justicia no les lle­ga.

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