Editorial
El infierno del desempleo
Cada fin de mes aflora el drama trágico del desempleo en el Chocó, al conocerse los datos del Dane que ubican a Quibdó con un índice cercano al 20 por ciento, el doble del promedio nacional. Un estudio sobre el mismo tema realizado por la Universidad Tecnológica del Chocó arroja peores cifras en desempleo y otras aun más alarmantes sobre inactividad. El periódico Portafolio afirma que en Bahía Solano y Nuquí el desempleo supera el setenta por ciento.
Además, se informa que Quibdó registra el mayor incremento de precios, con una inflación muy superior a la nacional, que el Chocó tiene un producto interno bruto per cápita apenas del cuarenta por ciento del promedio nacional, que las necesidades básicas insatisfechas superan el ochenta por ciento, que el Chocó es el mayor expulsor de habitantes, que tiene el menor crecimiento de población, que la participación en el producto interno bruto nacional no llega ni al 0.3 por ciento, y guarismos iguales o peores en otros indicadores de pobreza, indigencia, calidad de vida, mortalidad, desnutrición, analfabetismo, desplazamientos, etc.
Pero detrás de estos asépticos números se esconde la más cruda e indignante realidad social. El creciente desempleo y el brutal deterioro cualitativo del escaso empleo superviviente están descomponiendo, como un comején al interior de un mueble, la estructura familiar y vecinal, la educación, la salud, la ética y los valores culturales.
El desempleo conduce al hambre, destruye el hogar tradicional y lleva a sus integrantes a la calle, al rebusque diario de la madredediós. Crecen los limosneros y los vendedores informales en los andenes y las vías, los párvulos suplican que los utilicen como mandaderos o coteros, los y las jóvenes se refugian en el rapimotismo o se prostituyen por cualquier cosa. Familias enteras abandonan el Chocó en busca de oportunidades en otras regiones, pero a los pocos meses regresan derrotados y en peores condiciones. Comunidades enteras de indígenas deambulan pidiendo ayuda en las cabeceras municipales chocoanas o en las principales ciudades del país.
La superación en base a la educación se ha convertido en un mito. Por el retroceso de la producción (agrícola, pesquera, maderera, minera, construcción, etc.), las intervenciones, liquidaciones y privatizaciones, miles de profesionales chocoanos agonizan en el desempleo, mirando sus títulos colgados en las paredes de sus viviendas, con las alacenas vacías, la llegada de otra Navidad paupérrima y la mirada triste y desesperanzada de sus progenitores.
El Chocó es una mina de inconmensurables recursos naturales, con potencialidades gigantescas en todas las áreas del desarrollo humano. Pero esa mina está congelada y encadenada por el sistema y el régimen político, económico y social vigente. Se impide y macartiza el libre desarrollo productivo autóctono, al que se califica de “ilegal” y se privilegia al capital extranjero, como se percibe con los títulos mineros a multinacionales o la entrega por migajas del inigualable recurso hidráulico del Alto Atrato.
Los gobiernos nacionales repiten que tienen “prioridad con el Chocó” pero acabaron con el poco empleo que existía y al que aún subsiste lo ha degradado al quitarle las pocas prestaciones sociales que tenía.
Termina el año 2018 y avanza la propaganda electoral del 2019. ¿Será que los desempleados del Chocó, la mayoría de la población, respaldarán a sus verdugos, a quienes agencian en el departamento las políticas neoliberales?