top of page

E l río Atrato se distingue por la potencia de su caudal y la diversidad de su fauna acuífera. Uno de sus grandes tesoros es el bocachico, la espe­cie más prolífica de su hábitat. La subienda anual de este pez plateado, de carne pulposa y exquisito sabor, impacta positivamente la pequeña economía local, pues configura un ciclo monetario de duración especí­fica.

El maná ribereño, como lo llamara el compositor Se­nén Palacios, brinda empleo temporal a los pescadores de copón y atarraya que lo atrapan en la rauda corriente atrateña o sus ciénagas aledañas, a los transportadores fluviales, a las manipuladoras que lo desescaman, des­tripan y relajan en la orilla y a las vivanderas que van por las calles ofreciendo la ensarta al consumidor final.

Entre diciembre y los dos pri­meros meses del año, además de ocuparse mano de obra no pro­fesional, por cuenta del consu­mo de bocachico también se dispara la venta del plátano, li­mones y sal, dándole al comer­cio una dinámica particular en esa época.

Por donde quiera que se mire, la subienda de peces es un patrimonio capital de los pueblos ubicados a orillas del Atrato. Desde su captura en el río hasta que llega a la mesa en cualquiera de sus presentaciones gastronó­micas, el bocachico atrateño está produciendo valor agregado y satisfacción a quienes participan en esta ca­dena productiva.

Siendo pues el bocachico tan importante en la vida de los chocoanos, no se entiende por qué existe tanto des­control en su proceso de pesca y comercialización.

La Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca, AU­NAP, establece como condiciones de captura una talla mínima de 25 centímetros y no menos de un año de madurez sexual, pero según lo que se observa en las poncheras de las vendedoras ambulantes de Quibdó es­tos patrones no están siendo respetados.

La interrupción de los procesos biológicos junto a fe­nómenos como la sedimentación y la contaminación con mercurio, han puesto en riesgo la conservación del prodigioso pez del Atrato.

Visto en perspectiva, este recurso ictiológico debería considerarse de importancia estratégica para la seguri­dad alimentaria de la población chocoana y un hipoté­tico procesamiento industrial.

La tendencia universal es a resguardar las especies endémicas y a conservar los hábitats naturales previen­do las consecuencias de fenómenos como el cambio climático y el deterioro cada vez más acelerado del me­dio ambiente. Desafortunada­mente en el Chocó no es así.

El bocachico, que ha servido para paliar el hambre en la re­gión, podría correr la misma suerte de la boquiancha, el nicu­ro y otros peces que se extin­guieron o tienen su superviven­cia amenazada. Los ejemplares puestos a la venta con tallas infe­riores a las mínimas fijadas po­nen en entredicho la acción de los organismos reguladores.

Mientras los botes pesqueros suben el Atrato atesta­dos de peces pequeños, brillan por su ausencia los agentes encargados de controlar su talla, madurez se­xual y métodos de captura.

La situación amerita que se gestione la creación de una oficina de la AUNAP en Quibdó, encargada de ejercer el monitoreo de forma puntual y trazar pautas de conservación efectivas como la instauración de ve­das de control o la repoblación periódica de ciénagas.

Por lo pronto, se requiere el trabajo articulado entre Codechocó, como entidad rectora de los asuntos am­bientales en el departamento, la Cámara de Comercio, la división de Policía Ambiental y el IIAP a fin de poner a salvo de todo riesgo este recurso ictiológico de capital importancia en la gastronomía y economía local.

Editorial

El bocachico, patrimonio gastronómico en riesgo

bottom of page