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Distinto a lo que se esperaba, el cierre de la Uni­dad Territorial de Restitución de Tierras, URT, en el Chocó y el traslado de competencias a sus similares de Antioquia, Risaralda y Valle del Cauca no provocó una reacción contundente de parte del gobier­no local y los voceros del departamento en la Cámara de Representantes.

Sólo un sector de la iglesia católica y algunas ONG hicieron coro a la protesta de los grupos étnicos, teme­rosos por el posible estancamiento de los procesos de restitución en marcha y el riesgo que se yergue sobre los reclamantes de tierras, cada día más expuestos a la furia de los grupos armados al margen de la ley que ac­túan como guardianes de las propiedades mal habidas.

Un tufillo a perfidia, dilación y revanchismo expele la medida, tomada sin contemplación al­guna el pasado 18 de diciembre, aprovechando la distracción de la época navideña. La absurda e inicua decisión pareciera indicar que se está creando un ambiente de desamparo institucional, pro­picio para los oscuros intereses de los despojadores asentados en el territorio, y en tiempos de recrudecimiento de las agresio­nes contra dirigentes rurales que reclaman los terrenos usurpa­dos.

 

Precisamente semanas previas al anuncio de cierre fueron cobardemente asesinados Mario Castaño Bra­vo y Hernán Bedoya, reclamantes de tierras en Belén de Bajirá y Riosucio. Puede ser mera coincidencia, di­rían en la dirección general de la URT, o líos de faldas, afirmaría tajantemente el Ministro de Defensa ante las preguntas de los periodistas, pero otra cosa piensan los familiares de los fallecidos, que atrapados entre el des­concierto y la impotencia observan cómo crece la lista de líderes sociales y campesinos asesinados por defen­der el patrimonio de los suyos.

La supresión de la oficina de la URT en Quibdó y la reubicación de sus empleados en otras ciudades del país innegablemente tendrá repercusiones en el buen avance de las demandas presentadas por las organiza­ciones étnicas para recuperar los predios; demandas de por sí extensas y espinosas por el cúmulo de intere­ses que entran en juego. En este caso no sólo se dilata la posibilidad del retorno de la tierra a sus verdaderos dueños, sino que se difuminan conceptos como unidad territorial, desarrollo comunitario sostenible, autono­mía e identidad, principios por los cuales se rigen las asociaciones étnicas y campesinas.

 

El caso de la URT pone de presente la alarmante de­bilidad institucional en el Chocó, de la cual dan cuen­ta entidades como el DANE, ESAP, UNAD, IGAC y otras, cuyas matrices territoriales se encuentran en otros depar­tamentos, principalmente en Antioquia, y desde Quibdó despachan con sucursales de segunda categoría. La inje­rencia administrativa de otros entes territoriales y las inter­venciones presuntamente co­rrectivas son formas sutiles de desmembración que los cho­coanos debemos rechazar al unísono.

Como dijimos al principio, los dirigentes chocoanos no han tenido la firmeza de carácter para afrontar la responsabilidad histórica de defender los derechos de sus conciudadanos. Igual que en otras ocasiones la sociedad civil se quedó sin el apo­yo de quienes han sido elegidos para representarla.

 

Más allá de las valientes voces de protesta de líde­res sociales, ONG cooperantes, la iglesia católica y las organizaciones étnicas, angustiadas por lo que se ve venir, no se percibió una reacción contundente del gobernador ni de los congresistas. Ese silencio deslegi­tima sus dignidades, los hace cómplices de la injusticia.

Editorial

Reclamantes de tierras, ni restitución ni vida

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