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En Quibdó, del poco espacio público que queda, cada vez más se ven reducidas las posibilidades de disfrutarlo a plenitud. Eso lo percibí y experimenté hace menos de dos meses, luego de un largo tiempo de no visitar la capital del departamento del Chocó, desde el 2007. La ciudad es una vitrina que exhibe carros lujosos de todas las marcas y colores, que, atestados y mal estacionados en las vías, usurpan el espacio de los habitantes.


Desconozco por completo si en la capital está determinado el uso del suelo, atribución que le corresponde al concejo municipal de cada ente territorial, por ejemplo. Sin embargo pareciera que dentro del área que comprende lo que allá denominan el “anillo asfáltico”, se permitieran todos los usos: residencial, comercial, industrial, escolar, hotelero, hospitalario, comercio vecinal, comercio local, comercio metropolitano, etc.


En todo caso, la planificación en el Chocó es inexistente. Y si en otras ciudades ha sido complejo ejecutar políticas de planificación urbana acordes con el crecimiento y cultura de cada sociedad, allá resulta muchísimo más complicado materializarla, por la creencia de estar dentro de una territorialidad ancestral, cuya propiedad privada trae la bendición del último tatarabuelo del tatarabuelo de la generación actual.


Y es que eso resulta de una comprensión elemental, porque he escuchado de algunos afrodescendientes que, si bien muchos de sus predios que ancestralmente explotaron sus abuelos carecían de títulos originarios de propiedad seguían siendo de ellos, aunque en el marco de la Ley de Comunidades Negras, quedaran comprendidos dentro de la titulación colectiva. Son y serán “propiedades privadas” y muchas aun se negocian.


Por eso en la mayoría de los municipios del Chocó sus habitantes reclaman como propios los “patios” ubicados al frente de sus casas, al punto que los barren y embellecen con plantas ornamentales. Y si construyen un andén, les hacen cerramientos para evitar un reclamo maledicente contra quienes lo ocupan o invaden. Una medida bárbara y de extrema protección conocí en Buenaventura: el señor Cuero, propietario de su casa, desde el segundo piso arrojaba orines fermentados para ahuyentar y espantar los ocupantes de aquella área (andén), cuando le perturban su tranquilidad.


Y está por verse si efectivamente el espacio público en el Chocó, particularmente en Quibdó, llega a satisfacer las necesidades urbanas colectivas que beneficien a sus habitantes, antes que deje de trascender y, prevalezcan, por el contrario, sobre los intereses oscuros que se crean por inescrupulosos agentes que viciosamente los explotan, tras la ineficiencia de las autoridades que sistemáticamente lo dejan perder.


Y es que ni en el interior de la Universidad Tecnológica del Chocó se respeta el espacio público. Una comunidad académica como la que en ella interactúa no da ejemplo de su inmueble público con el que se complementa aquel concepto (espacio público), sino que lo desnaturaliza: bastó ver por las redes sociales la manera como la propietaria de una camioneta quedó atrapada tras la encerrona de motocicletas mal estacionada. No sé si su intención era mostrar su imponente carro o quejarse por el pésimo y caótico estacionamiento.

¡Lo que hacen!

Javier Alvarez Viñuela
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