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Hace pocos días tuve una a g r a d a b l e conversación con Clíma­co Maturana Pino, quien fue mi técni­co de fútbol en los años 60, cuando jugaba en el equipo infantil del Club Santo Domingo Savio, Creado y dirigido por el inol­vidable sacerdote Ernesto Arias Arellano (q.e.p.d.).

Le expresé al doctor Ma­turana mi frustración porque jóvenes de esa época como él, Yamil Bedoya, Armando Luna Campo y otros, en ese entonces se perfilaron como futuros líde­res del Chocó. Eran estudiantes del colegio Carrasquilla que desde tarimas invitaban a la co­munidad a pronunciarse sobre los problemas regionales.

Pasaron los años y aquel per­fil se fue desvaneciendo, hasta desaparecer. Hoy son grandes profesionales, mas no líderes de la comunidad,.

El académico César E. Ri­vas Lara dice en su último li­bro Palabras que Arden que generación ‘es un conjunto de personas vinculadas por hechos comunes, circunstancias y acon­tecimientos de su medio, que se erigen con su quehacer como protagonistas de su época’.

Incomoda saber que Quib­dó, hoy asociada con desidia estatal, corrupción, violencia y miseria, fue a comienzos del siglo XX un puerto donde lle­gaban barcos comerciales y de turismo, con aserríos, fábrica de licores y de gaseosas, bibliote­cas, imprenta, cuerpo funcional de bomberos, teatros. Estaba más conectado con Cartagena, Barranquilla, por donde entró el comercio a Colombia.

En Rusia, luego de la revolu­ción bolchevique, las minas de oro y platino dejaron de explo­tarse en los Montes Urales. El mundo supo que en el Chocó había oro y platino, y llegaron ansiosos colonos americanos, ingleses y alemanes, también sirio-libaneses, llamados ‘tur­cos’, que crearon pequeñas fábricas de velas esteáricas, jabones, pastas alimenticias, además de abalorios y flotas co­merciales entre Quibdó y Car­tagena. Quibdó era un villorrio próspero en infraestructura y comercio; el arquitecto catalán Luis Llach se casó con la quib­doseña Eloísa Castro Torrijos, diseñó una iglesia de madera de estilo gótico, el colegio Carras­quilla, la escuela Modelo, hoy alcaldía, la cárcel Anayanci, el convento, etc.

El Quibdó de antes fue me­jor y aquella generación local, nada le aprendió a los turcos en industria y comercio.

Quibdó requiere inversión social que garantice trabajo, se­guridad y educación. No espe­remos que Bogotá nos lo haga.

Nostalgia por mi tierra

Francisco E. Palacios M.
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