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Editorial

¿Estamos preparados para esta temporada de lluvias?

De acuerdo a los pronósticos del Instituto de Hidrolo­gía, Meteorología y Estudios Ambientales, Ideam, las fuertes lluvias que están cayendo sobre el terri­torio nacional se prolongarán hasta finales del mes de octu­bre y afectarán especialmente al piedemonte Amazónico y la región del Pacífico. Los analistas del ente meteorológico rector creen que durante mayo y junio el fenómeno climá­tico se sentirá con mayor rigor y podría causar desastres en estas zonas del país.

 

A pesar de que la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres ha emitido alertas tempranas es posi­ble que, como siempre, dentro de poco veamos en la prensa escrita y televisiva las imágenes de vivien­das destruidas, puentes colapsa­dos, deslizamientos, pérdida de banca en las vías o pueblos inun­dados.

Conoceremos también los datos de familias afectadas y personas muertas o desaparecidas. Esas son las cosas que se ven año tras año, sin que se vislumbren acciones prontas y efectivas para que no si­gan ocurriendo.

Por nuestra parte el tema de la prevención tampoco es una forta­leza.

Los chocoanos sabemos que habitamos una de las regio­nes más lluviosas del mundo, que tener ríos tan importan­tes como el Atrato, San Juan y Baudó es un privilegio ex­clusivo que nos otorgó la madre naturaleza y que estamos generosamente rodeados de fuentes hídricas.

Sin embargo, no tenemos plena consciencia de tan prodi­giosa circunstancia y tampoco nos preparamos para afron­tar las consecuencias que del mal uso de este recurso se desprenden.

Casi todas nuestras comunidades rurales y urbanas están asentadas en zonas lacustres y anegadizas, lo que las hace especialmente vulnerables a los desastres derivados de las fuertes precipitaciones, pero en la mayoría de ellas las ba­suras van a dar al río porque no existe un relleno sanitario o por falta de cultura ambiental de la ciudadanía.

Debido a la ausencia de planeación o proyección urba­nística se han desecado los arroyos y quebradas que baña­ban los pueblos y eran fuente de contemplación y esparci­miento familiar.

El caso más aberrante es el de la quebrada La Yesca, de Quibdó, convertida en una horrenda cloaca que atraviesa la ciudad de punta a punta.

Las consecuencias más visibles de tanta irresponsabili­dad ambiental se sienten cada año con las inundaciones, vendavales y deslizamientos que azotan los pueblos y dejan miles de damnificados.

Los antecedentes también indi­can que las temporadas de lluvias en el Chocó siempre dejan un tris­te balance representado en Enfer­medades Transmitidas por Vecto­res (ETV) como dengue o paludis­mo, presencia de ofidios y otros animales peligrosos, enfermeda­des respiratorias, gastrointestina­les y de la piel.

 

En ningún caso ha habido pre­vención más allá de lo que se reco­mienda a los posibles afectados: establecerse en los lugares más altos de los poblados, ajus­tar las láminas de zinc en los techos y asegurar los objetos que puedan ser arrastrados por las corrientes de agua o los vientos.

Aunque son bien intencionados, estos consejos resultan ser simples recordatorios de lo que la gente sabe hacer para protegerse en caso de desastres.

Para aminorar los riesgos que trae la ola invernal es ur­gente el destronque frecuente de los ríos y la poda de los árboles de sus laderas.

Las campañas de prevención también deben incluir simulacros de evacuación, disposición de albergues, planes de resiliencia y mitigación del dolor para la po­blación.

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