El 11 de mayo de 1921 falle­ció en Quibdó Mr. August Durlache, ciudadano esta­dounidense que se había radicado en la ciudad desde va­rios años atrás. Mr. Durlache era miem­bro de la masonería y su funeral se llevó a cabo con rituales masónicos.

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Al día siguiente del entierro, el se­pulturero de turno denunció que la fosa del americano había sido viola­da. La noticia se regó como pólvora por toda la ciudad y causó un enorme revuelo, ya que nunca había sucedido nada igual en un pueblo tan tranquilo y sano.

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Tras las investigaciones de rigor, las autoridades lograron identificar y detener a cuatro ciudadanos, quienes confesaron que desde el mismo día del entierro, en horas de la noche, se dedicaron a excavar la fosa en busca de un supuesto tesoro consistente en varias cajas de joyas que, según de­cían, habían sido sepultadas con el cadáver.

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Los detenidos creían que el señor Durlache era dueño de una inmensa fortuna, que incluía esmeraldas, dia­mantes y otras piedras preciosas.

En su declaración, los sujetos mani­festaron haber oído decir que la últi­ma voluntad del americano era llevar­se consigo a la tumba las gemas que tanto apreciaba.

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Todo lo anterior resultó ser falso: Mr. Durlache era una persona de vida humil­de, no contaba con bienes y era casi tan pobre como los propios profanadores.