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Muelles y malecón

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Javier Alvarez Viñuela

En vida mi abuelo me contó que una de las bahías más profunda que él conocía, era la de Bahía Solano; que no necesitaba dragado y que tenía la capacidad para que atracaran barcos de gran calado. No sé si éstos los veremos en Ciudad Mutis o en el puerto de aguas profundas de Tribugá. Lo cierto fue que Andrés Viñuela y del Suárez (rip), hubo recordado fragmentos “De la famosa aventura del barco encantado”, -que de memoria me recitó-, de El Quijote de La Mancha.

 

Sin necesidad de tomarse mucho tiempo para desplazarse, la majestuosidad de la bahía se puede contemplar desde dos puntos estratégicos: bien, desde la legendaria Esso, donde se construyeron los muelles marítimo y turístico; bien, desde el frente de la bahía, donde termina una porción de la Colombia continental, y, donde además, se construyó el malecón, para avistar un paisaje abigarrado de la exuberancia que ofrece el Pacífico.


Visto desde la óptica de la planeación urbana de la ciudad, no me atrevería a juzgar si los referidos muelles se atraen a sí mismo para que se exploten o desarrollen actividades comerciales que se excluyen entre ellas: el primero, propicio para servir al transporte marítimo de cabotaje, que empieza en Buenaventura; el segundo, que hace tolerarle a los turista, viajeros o pasajeros, un mundo de ruido y contaminaciones. ¿Se acuerdan “del amor y otros demonios” en sus primeras páginas, en las que se cuentan lo atraída que se sintió la sirvienta mulata, “por la bulla del puerto”?


Quieran o no quieran aceptarlo, el nuevo código nacional de policía y convivencia ciudadana le cambió la cultura del escándalo, la bulla y la gritería a los colombianos. De Cicerón no de censuraría el hecho de gritar, a solas, y contra el rugir del mar. Lo hizo para sobreponerse a su tartamudeo y convertirse en un gran orador, y sin que con su mutación transitoria buscara intranquilizar a otros. El muelle turístico de Bahía Solano, ubicado en La Esso, forzosamente comparte un uso del suelo que nunca se reglamentó, en el que la bulla de los picó dejó de ser esporádica, a diaria.


El caso del malecón, paralelo a la carrera primera y frente a la bahía es diferente al del muelle, pero menos privilegiado. Su desventaja se la enrostra el fenómeno de bajamar. La playa, que cada seis horas aparece, aísla, con sus trecientos metros de más baja marea, cualquier espectáculo de ballenas que se puedan ver, por ejemplo; sin embargo, con marea plena, se contemplan ciertas cosas que podemos describir de cualquier forma narrativa.


Hace un año estuve en Ciudad Mutis en compañía de unos amigos interioranos. Contemplamos, desde los referidos lugares la imponente bahía, donde zozobró un misionero. Reconocimos el valor de los paisajes culturales y claramente tomamos predilección por uno de ellos. Lo lamentable es que, tras la inauguración de los muelles de La Esso, el imperio del caos, el desorden y el ruido ha colocado a la sociedad -en algunas oportunidades-, insegura o vulnerable.

 

Cada vez más pareciera que lo que empezó mal no se quisiera corregir por la ineficiencia de las administraciones municipales. Así, no creería echarme una aventura para disfrutar de la gran piscina natural que se forma con agua dulce y el agua salada del mar, adyacente a los muelles, por ejemplo; menos, que pueda correr el riesgo al experimentar una tragedia como la que ocurrió al estallarse un barco sujeto y cautivo a su bita.

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