El Chocó de Ayer
De la edición 3110 del periódico ABC (Diciembre 26 de 1935)
Quieren la reelección del alcalde Vivas
Bagadó, concejo municipal. Oficio número 10.
Bagadó, noviembre 2 de 1935.
Señor Intendente Nacional del Chocó
Sofonías Yacup
Quibdó
Para los fines legales consiguientes, tengo el honor de transcribir a usted la Proposición número 4, aprobada por el honorable concejo en su sesión del día de ayer. Dice así:
“El concejo municipal de Bagadó, en su sesión inaugural e interpretando fielmente la voluntad del pueblo que representa, pide muy atentamente al señor intendente nacional del Chocó, doctor Sofonías Yacup, reelija como alcalde de este municipio a Luis F. Vivas, quien por sus dotes de pulcritud y espíritu progresista muy democrático, llena a satisfacción el cumplimiento de sus deberes y los deseos de este conglomerado. Transcríbase en nota de estilo y publíquese. Bagadó, noviembre 1 de 1935.” Del señor Intendente muy atento y obsecuente servidor, Migdonio Lloreda Arce, Presidente.
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De la edición 3111 del periódico ABC (Diciembre 31 de 1935)
La teoría de Velarde.
Aristo Velarde hace un esfuerzo para demostrar que nuestra interpretación de la emocionada carta de César Conto a su aya no se atempera ni a la filosofía ni a la realidad, Y ensaya la suya, bastante deficiente, y poco aceptable, y que, a la postre, lo conducirá a un callejón sin salida. Conto tampoco nació en Neguá, sino en el sitio donde se encontraba “La Choza”, que algunas lenguas y no pocos observadores, dicen que se ubica en el río Nauritá o en otro de los afluentes del Neguá.
Nos parece que la discusión no tiene objeto. Nadie discutió sobre este tópico. Nadie le disputó a Quibdó su honra. De allí que nosotros en el pequeño legajo que quedara del incendio del 39, en poder de la Curia (unas cuantas hojas, con partidas de bautismo de algunos Ferreres y de César y algunos otros de sus hermanos) no tuviéramos empeño en obtener una copia de la suya. No interesaba hacerse a papeles inútiles, por aquella época, aunque ya vemos que andan por aquí empeñados en que el cordón umbilical del gran Conto no quedó al pie del totumo donde hacía sus maromas de chiquito travieso en el solar que más tarde pasó a poder del señor Velasco, que es hoy de la señorita Piedad Ferrer, y que queda situado frente al edificio de las hermanas de la Presentación, en esta ciudad, sino en Neguá y a última hora en Nemotá o Nauritá.
Allí estaba, caro Velarde, la casa solariega de los Conto, la casa donde todos ellos nacieron. Porque “La Choza” existió y fue casa de campo como la que tenían, por aquellos tiempos, los hombres de pro, con sus esclavos y sus comodidades, para pasar sus temporadas y vigilar sus minas y sus empresas agrícolas.
No hay que confundir, carísimo Velarde. No es el hecho de tener casa lo que prueba el nacimiento en un lugar. No lo hemos dicho. Hubiera sido ingenuidad. Lo que lo prueba es la circunstancia de ser la casa solariega, como se dice en romance castellano. Lo demás es una tour de force que no le queda bien a Velarde, aunque es de agradecerle el suministro de una prueba auténtica de que él no es de Quibdó, para cuando los historiadores del futuro anden sorbiendo polvo en los archivos para averiguar donde abrió esos tamaños vinos el ya maduro periodista.
Anteanoche el fuego destruyó la casa de Laureano Mena en el río Munguidó
Antenoche, entre 8 y 9 de la noche, un hombre que gozaba de fama de acomodado entre nuestros campesinos, Laureano Mena, quedó reducido a la más cmpleta miseria. Hoy ha desayunado de la caridad pública.
Resolció salir, acompañado de un niño a un sitio cercano a río Munguidó, en busca de pesca para el desayuno del día siguiente. Titó la red y, como lo esperaba, sacó dos charres. Pero su contento fue turbado con el grito que escuchaba en el silencio nocturno: Laureano, Laureano!
Entonces se zafó la atarraya de la muñeca y le dio orden al chico de bogar rápidamente y al llegar al divisadero, pudo ver que su casa ardía. Su casa, fruto de un trabajo honrado y constante, ardía por todas partes.
Como devoto de San Antonio, antes de salir de pesca, dejo encendida en el altar de los santos, una bujía. Pero en la misma tabla se encontraba una caja de velas y él supone que la que estaba en el candelabro se cayó sobre las otras velas y se produjo el fuego. En estos momentos recibimos una carta de Patrocinio Sánchez, Azael Martínez y J. A. González en que nos complementan estos detalles agregando que se calculan los perjuicios en cinco mil quinientos pesos. Perdió catorce baules, en los cuales guardaba joyas, dinero, abundante ropa.