Editorial
Sobre el día y el mes de la mujer
El 8 de marzo fue institucionalizado por decisión de las Naciones Unidas en 1975, con el nombre de Día Internacional de la Mujer. Se busca conmemorar y exaltar la lucha de la mujer por sus derechos, por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona. Y, por extensión, se considera a marzo como el mes de la mujer.
Pero existe la tendencia errónea a considerar estas fechas como la ocasión de ponderar la belleza de la mujer y para proferir mensajes hipócritas y felicitaciones intrascendentes que en el fondo legitiman los prejuicios y el avasallamiento de la mujer.
No es ese el motivo y el verdadero sentido de la celebración del día y el mes de la mujer.
El 8 de marzo de 1908 las obreras de la fábrica textil Cotton, de Nueva York, realizaron una huelga pidiendo salarios iguales a los de los hombres, descanso dominical y disminución de la jornada laboral, en ese momento de doce horas. El dueño ordenó cerrar las puertas de la fábrica y prenderle fuego con las trabajadoras en su interior. Murieron incineradas las 129 mujeres que protestaban.
En 1910, en Copenhague, Dinamarca, en la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, se institucionalizó el 8 de marzo como celebración anual del Día Internacional de la Mujer.
Es claro que se trata de destacar el aporte de la mujer en el desarrollo social, en las luchas contra toda forma de discriminación y opresión. Y de denunciar que seguimos en un mundo donde las mujeres padecen los peores, los más mal pagados y los más humillantes oficios, si es que corren con la dicha de adquirirlos.
Un mundo donde prima el avasallamiento del hombre sobre la mujer, el maltrato, la violencia contra la mujer, donde se exaltan execrables concepciones acerca de la superioridad del hombre, donde se considera natural la subordinación económica de la mujer, se propagan tesis idiotas que exaltan la abnegación, la espera, la incapacidad, la sumisión y la esclavitud hogareña.
La profunda crisis que sufre Colombia, y que adquiere ribetes de horror en el Chocó, desmorona y descompone las familias y la sumisión de la mujer. Crece el número de mujeres chocoanas que no lloran por el pasado y se unen a la lucha común por la emancipación social. Que exigen empleo digno y que en el fondo de sus almas repudian el carácter mendicante y vil de los programas asistencialistas del Estado.
El 8 de marzo es el día de la mujer trabajadora, de la mujer campesina, de la mujer indígena.
Y de denunciar que seguimos en un mundo donde las mujeres padecen los peores, los más mal pagados y los más humillantes oficios, si es que corren con la dicha de adquirirlos.
Es el día de la mujer que trabaja, estudia, educa, sana, labra la tierra.
Es el día de la mujer desplazada, de la mujer que padece la violencia machista, de la mujer que sufre los rigores del conflicto.
Es el día de la mujer desempleada y abandonada, de la madre que recorre las calles, bajo el sol y la lluvia, vendiendo chance, chontaduro, pepas de árbol del pan, pescado o minutos de celular, para llevar alimento a sus hijos.
El 8 de marzo es un día de reflexión profunda sobre la explotación social, la sojuzgación y el vía crucis de la mujer, de rebeldía contra el régimen prevaleciente y de preparación para la unidad por una sociedad donde se considere a las mujeres como ciudadanas de primera categoría.
Día de lucha por los derechos, por la igualdad de género, por la erradicación de la ablación o mutilación genital femenina.