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Editorial

Tragedia indígena

La noticia de la muerte de decenas de niños indígenas chocoanos el pasado mes de agosto, por parasitismo y desnutrición, colocó de nuevo en primer plano una de las más dramáticas tragedias del Chocó: la catástrofe económica, social y cultural padecida por los indígenas.

Una tragedia que no proviene de la naturaleza sino que tiene unas raíces y unos fundamentos sociales, es resultado de la codicia y explotación de minorías impuestas por la fuerza y el engaño. Cuando los españoles Rodrigo de Bas­tidas, Juan de la Cosa, Juan de Ledesma, Martín Fernández de Enciso, Vasco Núñez de Balboa, Alonso de Ojeda y otros arribaron al Darién, en los albores del siglo XVI, e iniciaron la guerra de conquista y saqueo, existían en el territorio chocoano más de una decena de comunida­des indígenas.

Todos ellos descendían de aquellos grupos humanos que lle­garon de Asia a Alaska veinte mil años antes y cuyos primeros emi­grantes arribaron a esta esquina suramericana hace más de diez mil años.

Durante dos siglos, con filosas espadas de hierro y ate­morizantes crucifijos y misioneros, los soldados de la Es­paña feudal asaltaron y destrozaron las agrupaciones triba­les y semitribales hasta lograr su “pacificación” e incorpo­ración al régimen colonial, a través de encomiendas, escla­vitud, repartimientos, tributos y resguardos. Derrotados en su resistencia y sus levantamientos, los indígenas fueron desplazados y confinados a las zonas más alejadas del Chocó.

Cazando, recolectando, y con rústicos sembrados y arte­sanías, solo sobreviven hoy en el Chocó unos 45.000 indí­genas de tres etnias.

Los embera, unos 37.000, incluyendo los katío y los cha­mí. Los wounaan, unos 8.000. Y los guna tule, apenas 300.

En cualquier área que se analice, los indígenas se en­cuentran relegados a las peores condiciones. Así les entre­guen carnet o figuren en pomposos artículos en la Consti­tución Nacional, carecen de centros de salud, médicos, en­fermeras y medicamentos. No poseen escuelas decentes, ni carreteras, ni electrificación, ni acueductos, ni proyectos productivos, ni asistencia técnica, ni presencia del Estado. En el profundo mar de la pobreza del Chocó, los indígenas son los más pobres de los pobres.

En sus aislados resguardos la des­nutrición y el hambre destruye vidas día tras día, sobre todo de niños. Es­tas muertes ni siquiera son registra­das en las estadísticas oficiales.

Humillados, acorralados por el hambre y la inseguridad, abandonan desesperados sus territorios y salen a buscar auxilio. Pero en la mayoría de los casos ya es tarde para salvar sus vidas.

Cuando los indígenas llegan a Quibdó u otra cabecera municipal, descalzos, desnutridos, con las ropas desgasta­das, reflejan en sus tristes miradas la agonía que padecen, las aflicciones que los torturan, la discriminación social, el abandono estatal, las consecuencias del régimen oligárqui­co y sus inhumanas políticas neoliberales.

Cansados de venir en forma infructuosa a Quibdó, donde incluso se han tomado la gobernación del Chocó, también se trasladan a Medellín, Pereira o Bogotá.

El Estado en su conjunto, el injusto modelo económico y los gobiernos son responsables de la agonía indígena.

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