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Si se repara en el aumento desmedido de enfermos psi­quiátricos que rondan por las calles de Quibdó y otros poblados importantes del Chocó y se tienen en cuenta los trágicos sucesos de agresión, feminicidio y suicidio que han sido noticia durante las últimas semanas, necesaria­mente se concluye que algo muy grave está ocurriendo con la salud mental de los chocoanos, puesta a prueba cada día por la sórdida y patética realidad que nos abraza.

Frustraciones colectivas que se acumulan con el transcur­so del tiempo, falta de oportunidades, desempleo, depre­sión, desencuentros amorosos, fallecimiento de seres queri­dos y la precariedad de la vida en el Chocó, que a veces adquiere matices dramáticos, son factores que están afec­tando de forma alarmante el juicio de nuestra gente.

Esto poco a poco se refleja en desórdenes conductuales que cada vez se tornan más visibles y obli­gan a reflexionar en torno al equi­librio psicológico de la población chocoana.

El crecido número de orates en las calles, así como los casos de agresión que han impactado a la opinión ciudadana, son prueba de que hay muchas cosas por corregir en materia de la salud pública mental.

No es casual que un soldado profesional en uso de buen retiro decida un día, en un arranque de locura y rabia, dispa­rar de modo certero en la cabeza a su compañera sentimen­tal y luego propinarse un tiro en la sien, dejando a sus cuatro hijos huérfanos.

Tampoco ocurre por azar que otro soldado, éste sí activo como profesional de la milicia, se ajuste una granada en la cintura y la haga detonar justo cuando está frente a su ex pareja, con quien había procreado dos hijos.

Estos comportamientos tampoco surgen de forma súbita. La sombría cotidianidad que afrontamos ha incubado com­ponentes psiquiátricos que rondan entre las crisis delirantes y las tendencias homicidas o suicidas. El imparable desarre­glo social que contemplamos deja al descubierto dos ho­rrendas patologías que han crecido exponencial y paralela­mente en esta ciudad capital: la delincuencia y la demencia. Así entonces, valdría la pena revisar qué tan afectados po­dríamos resultar los ciudadanos por los episodios violentos que presenciamos en nuestro día a día.

Un tiroteo entre bandas juveniles, por ejemplo, puede conducir a una crisis de pánico; el miedo al atraco callejero nos expone a una marcada obsesión por el autocuidado; la presencia de grupos armados al margen de la ley en las co­munidades rurales hace que la población civil permanezca en estado de prevención y ansiedad permanente.

En definitiva somos una pobla­ción en riesgo psiquiátrico por el ambiente de crispación en el que nos toca movernos. Las escenas son, por así decirlo, de locura. En medio del estresante caos vehicu­lar de Quibdó dementes de todos los niveles, estratos y procedencias merodean por las esquinas y sitios de interés público, mostrándose de forma impúdica a una ciudadanía que siente repugnancia por ellos y no los quiere ver en su camino.

El espectáculo más bochornoso es verlos hurgar entre la basura tra­tando de encontrar sobras de comida o algún cachivache para cubrirse; esto evidencia que existe una línea muy del­gada entre la indigencia y la locura, o que ésta puede ser una de las causas de aquella.

La gravedad de la situación amerita entonces que se for­mulen políticas públicas la reducción de riesgos psiquiátri­cos y la convivencia en entornos saludables. A las ciudades les viene bien la construcción de parques y otros espacios de relax e integración para las familias. A la par con esto, en el Chocó urge la construcción de un centro médico de aten­ción al paciente psiquiátrico, bien equipado y atendido por personal suficiente e idóneo.

Editorial

La frágil salud mental de los chocoanos

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