Sampachito en Medellín y otras ciudades, ¿conviene?
A finales de la década de los años 80, cuando la fiesta de San Francisco de Asís comenzaba a tomar la forma carnavalesca que ahora tiene y nacían las primeras coreografías barriales e institucionales desagregadas del bunde callejero, las personas que por distintos motivos no podían estar en la capital chocoana durante los días de celebración crearon el denominado Sampachito buscando una especie de desquite o consuelo. Desde esa época, el 30 de diciembre de cada año Quibdó se convierte en sede de reencuentro de las colonias chocoanas asentadas en diferentes regiones de Colombia y del mundo.
El recorrido con el disfraz ganador de la última versión de la fiesta, seguido de las comparsas integradas por los Sampacheros ausentes, se ha convertido en una atracción imperdible de las vacaciones de fin de año.
Más adelante, lo que comenzó como un justo resarcimiento para los que regresan al solar nativo en temporada decembrina, dio lugar a la instauración de unas vistosas réplicas de las festividades en las principales ciudades del país. Entonces empezó a celebrarse el sampachito en Cali, Bogotá y, el más concurrido, Medellín. Hasta allí todo estaba bien, pues la impronta de marginalidad, atraso y pobreza monetaria que la otra Colombia visualiza en los chocoanos, por momentos daba espacio a una imagen de alegría, fervorosidad y unidad espiritual.
Desafortunadamente, al mismo tiempo que en Quibdó la fiesta entraba en un trance caótico por la enorme crisis social y de valores, su deterioro empezaba a reflejarse en los mini festejos organizados en las grandes urbes del país.
De las bellas comparsas que acompañaban el disfraz coreando su significado de protesta se derivaron los llamados bundes: una barahúnda violenta y maloliente en la cual las pandillas juveniles aprovechan para ajustar cuentas criminales, atracar y asesinar. Por desgracia, en los Sampachitos organizados en otras ciudades lo que se consolidó fue el bunde; poco se difundieron elementos tradicionales de la fiesta como el disfraz, los arcos o la devoción franciscana.
Dos hechos trágicos sucedidos recientemente en Medellín obligan a reflexionar sobre la conveniencia de realizar esas versiones de San Pacho en ciudades distintas a Quibdó: en el corazón de la capital paisa, en pleno recorrido sampachero una menor de edad murió y otras personas resultaron heridas al ser embestidas por una patrulla de la Policía Metropolitana.
En la madrugada del día siguiente, cuando varios jóvenes chocoanos remataban la juerga en una discoteca, un estudiante de criminalística que intentaba cruzar la calle perdió la vida al ser atropellado por un vehículo particular que apareció por sorpresa.
Los mensajes xenófobos no han cesado después de los lamentables sucesos, que para algunos antioqueños son producto del caos que se arma cuando la población negra participa en algún tipo de festejo. Bullicio, basura y ocupación del espacio público es lo que dejan los paisanos en cada celebración según dicen sus vecinos de Medellín. Sin querer darles la razón a quienes así opinan lo más aconsejable sería suspender, aunque sea temporalmente, un evento que se ha salido de control y está fracturando la fecunda convivencia entre dos pueblos hermanos.