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Son muchos los riesgos que se pueden evitar o las tragedias que se pueden prevenir. Ellas fueran previsibles si la acción del hombre soslayara al lucro desmedido de ciertas ambiciones; o, por que dentro de la misma sociedad, el imperio de la ley gobernara la conducta del individuo con la fuerza que aquella (la ley) impone. En otras palabras: es deponer cualquier treta, cálculo o ventaja que le queramos sacar al ordenamiento jurídico, a través de la trampa.


Así como el Caribe cada cierto tiempo se ve amenazado por los huracanes, y que destruyen países completos, en el Pacífico también se han experimentado momentos de zozobra y ruinas con los tsunamis. Por fortuna, en el Pacífico colombiano esos fenómenos naturales no han sido tan implacables ni devastadores como en el Japón; pero han puesto en máxima alerta a los habitantes de la zona cada vez que amenazan ocurrir.


Y, es que si alguna vez los discípulos de Mahoma mostraron el absoluto desinterés para no escalar la montaña, solo porque esta vendría a ellos tras el grito inútil que les ordenó su profeta, sí aconteció que la mayoría de personas que veían latente e inminente el riesgo de perder sus vidas con ocasión a un maremoto o tsunami, mucho antes que llegara la hora cero de su eclosión, con la angustia y el pánico en sus bocas gritaban para llegar raudos a la cúspide de ella (la montaña).


En las costas chocoanas se ha vivido, por ejemplo. Todo, a consecuencia del recalentamiento climático que de manera sistemática se ha pregonado, por un lado; y, por el otro, las agresiones constantes y sin control, que sus mismos habitantes le han hecho al medio ambiente; deterioro a su ecosistema boscoso que hace vulnerable los sistemas hidrográficos que circundan su geografía; y el ataque implacable con agentes tóxicos y venenosos.


Lo que ha ocurrido en materia de tragedias naturales en Bahía Solano, no ha dejado de ser por la falta de anuncio para evitarlas, sino por la provocación beligerante de la conducta humana que debilita las montañas con la tala del bosque para la extracción de madera sin permiso de las autoridades ambientales acantonadas en la región, y además por la practica extractiva de material de arrastre en sus quebradas y ríos.


En 1999, la avalancha del río Cupica que desapareció el pueblo que llevaba su mismo nombre dejando pérdidas humanas y materiales. En el 2007 la erosión de parte de La Loma de La Virgen, vía La Esso. Y en 2017 el desbordamiento de la quebrada Chocolatal y todos los demás riachuelos que se salieron de cauce, que, con medidas y acciones administrativas y judiciales se pudieron evitar, si las autoridades dejaran de purificar sus desidias.


Muy preocupante fue el incendio de las casas en el sector de Chocolatal, donde en una de ellas se expendía gasolina. Una bomba de tiempo que se construyó con los elementos caseros de la tolerancia y el amiguismo, para perder los criterios objetivos de imparcialidad, con los que las autoridades locales activan actividades comerciales peligrosas y que estallan por la omisión de sus funciones en esos “usos de suelos”, sobre los cuales dejan de aplicar la ley.
¡Lo que no está, prohibido, está permitido!

La conciencia perdida

Javier Alvarez Viñuela
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