Ch o c ó es el d e p a r t a mento más pobre de Colombia y su Índice de Desarrollo H uma n o (IDH) es el menor del país, solo comparable con Haití; sin embargo, el pueblo afro ostenta el poder político sin respaldo monetario y los mestizos, el poder económico. Este divorcio de los poderes es motivo de estudio por parte de los expertos en politing; dado que esta diferencia tan marcada hace que la corrupción crezca exponencialmente.
En algunas ciudades de Norteamérica los negros tienen poder político y económico y la corrupción es cero.
El sistema clientelista electoral afincado en el departamento ha generado el efecto del aumento costoso de las campañas electorales; y de contera, tenemos que los candidatos y los movimientos que los avalan, no cuentan con los recursos financieros propios para financiar la actividad proselitista permeada por el dinero.
Luego, esto crea una necesidad de conseguir en el mercado financiero subterráneo el dinero necesario a cambio de comprometer el erario público con robos y contratos a futuros, alterando con estas prácticas el correcto funcionamiento de los servicios que ofrece el Estado.
La práctica de la compra y venta de conciencias, la materialización de la politiquería, es la causa principal de la violencia social que afecta el departamento del chocó.
Todo comienza y termina allí. Ahí se resume todo, trampas, posverdades y un sinfín de actos inmorales que se reflejan en todas las ramas del poder público, causando un grave deterioro al tejido social con todas sus consecuencias, arrastrando a su paso a la sociedad civil y sus instituciones, comerciantes, empresarios, cristianos, católicos, es decir, a toda la sociedad en general por acción u omisión.
Mientras no entendamos, reconozcamos y actuemos frente a estas raíces sociales y psicológicas de la corrupción en el Chocó, difícilmente existirán avances sostenibles en su contención.
DICTUM. La clase política debe dar ejemplo de moralidad. ¿Y si la sal se corrompe?