Nuestro patrimonio
Javier Álvarez Viñuela
Muchos bonitos recuerdos quedarían para Bahía Solano si desde lo institucional se empezara por declarar algunos de los bienes inmuebles como patrimonios arquitectónicos, históricos, culturales o artísticos. Y en verdad existen; algunos los demolieron sin la concreta responsabilidad urbanística o de planificación para conservar sus valores que representaron en la región. Una mal interpretada modernidad echó a tierra la antigua iglesia de Ciudad Mutis, por ejemplo.
El acto altruista de declaratoria de nuestro patrimonio lo haría el concejo municipal de Bahía Solano, si entendiera su importancia. Un respetable concejal reivindicaría a su pueblo si no dejara perder la memoria del haber inmobiliario y preservara las construcciones que históricamente deben pervivir, para que la sociedad mantenga vivo aquel que albergó a sus hijos desde la fundación del pueblo hasta la actualidad.
En El Valle, por ejemplo, he reconstruido su pasado a partir de las historias que me narran los lúcidos historiadores locales o personas mayores que, con detalle, describen las casas donde funcionaron la escuela de niñas, la escuela de varones, la primera iglesia y el comisariato, el convento de las monjas, la escuela anexa, el colegio agrícola, la normal, la casa de los indígenas, la casa de usuarios campesinos y Telecom.
Me lleno de sentimientos cuando sé que el paso del tiempo arrasó, como un huracán, ese inventario de cosas que aún se georreferencian en narraciones de hombres que mantienen su arraigo y su identidad patentada con valores de respeto, honradez, honestidad, y que se resisten a creer que todo tiempo pasado fue mejor, como dice el adagio. Prefieren reconocer que son de otra generación, distinta a la actual, que los desdeña.
Exaltar los valores a ciertas personalidades que tiene la sociedad solaneña, no sería un gesto de poca monta, cuya atribución, perfectamente, puede ejercer el concejo, también. Personalidades que contribuyeron al desarrollo y al progreso de la región simplemente gozarán de la honda estimación, que apasionadamente le expresamos quienes conocimos sus luchas y entregas a lo largo de su trasegar permanente y sin prebendas.
Físicamente ya se perdieron algunos de aquellos “monumentos”. La casa embera o del indígena, no solo desapareció por el mismo riesgo que quisieron correr quienes la construyeron a orillas del río Valle, sino porque la mezquindad de las autoridades administrativas vieron intrascendente la integración de las comunidades indígenas con la misma población afrodescendiente que no han podido desligarse del colonialismo ni de la práctica de las “tierras de misiones” que fueron antes.
Y ni que decir de la casa de usuarios campesinos. Imprescriptible y todo, se la ganaron por posesión. No va estar muy lejos el hecho, que las instalaciones de la Escuela Anexa Miguel Ángel Arcos corran la misma suerte. Puedo verificar la doble ironía y la inefable paradoja: existe un grupo de líderes solaneños que se oponen al progreso del pueblo al impedir la construcción del moderno palacio municipal y, que al mismo tiempo mira con indiferencia la recuperación de ese centro educativo que sigue albergando a víctimas de tragedias naturales, sin que las autoridades gubernamentales propendan por sus reubicaciones.