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Cabí

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Julio César Uribe Hermosillo

No existe, en los últimos 50 años, un gobierno na­cional que no le ha­ya prometido al Chocó solucionar sus gravísimos pro­blemas de acceso al servicio de agua po­table. Sucesivamen­te, como respuesta obligatoria a cada pa­ro cívico del Chocó o como recurrente promesa vana de campaña electoral, ca­da gobierno nacional y cada político na­cional, regional y local se han compro­metido públicamente a dotar a Quibdó de un verdadero acueducto, tanto en ca­lidad como en cantidad y frecuencia de la prestación del servicio. Desde el buen Barco, que incluso era ingeniero, a quien se le ocurrió que bastaba echarle un poco de cloro a los miles de metros cúbicos de agua procedentes de la co­piosa hidrografía chocoana y del pro­verbial y diluvial régimen regional de lluvias; hasta el gobierno de Santos, que a través de su flamante y pantallero vi­cepresidente promocionó, publicitó, dio por hecho e inauguró un acueducto en Quibdó que, según él y su séquito públi­co-privado, provee agua potable duran­te 24 horas; cosa esta que, obviamente, de toda obviedad, no es cierta.

Inaugurado en 1942, cuando todavía gobernar era beneficiar a la gente sin sa­car tajadas adicionales y subrepticias por fuera del sueldo; con un sistema proyectado para unas 15.000 almas, el acueducto de Quibdó empezó a ser in­suficiente por el crecimiento de la ciu­dad a partir de la segunda mitad del si­glo XX. Desde entonces se transformó en una ficción política donde el actor principal e invisible para los políticos es el río Cabí; cuyas aguas otrora limpias, frescas, agradables, le dieron de beber a la ciudad a través de aquella primera versión del acueducto, que las subía por bombeo hasta el tanque de almacena­miento, del cual descendía por gravedad hacia las casas entonces bonitas, hoy desaparecidas, vilmente reemplazadas por toda clase de adefesios, esperpentos y cuchitriles comerciales.

Así, durante más de tres cuartos de si­glo, a Cabí solamente se lo ha mirado desde la perspectiva ficcional de la polí­tica, como un elemento más del conjun­to necesario para la infraestructura de un acueducto. Mientras tanto, todo lo que realmente es Cabí, cuerpo de agua, fuente hídrica, microcuenca, conjunto de ecosistemas, bioma, paisaje, hotspot de biodiversidad, ha sido despojado paulatinamente -árbol a árbol, pez a pez, gota a gota- de su capacidad de sustentar y propagar la vida en todas sus expresio­nes. Convertido en procaz alcantarilla­do, en basurero infame, en víctima iner­me de toda suerte de máquinas posesas, sórdidas, movidas por leviatanes obse­sionados por un brillo que solamente debería brillar en la sencilla concavidad de las bateas; Cabí pervive porque la vi­da es terca, mas no porque a quienes de él se lucran, incluyendo a los que hoy usurpan su nombre para bautizar cen­tros comerciales, les interese su suerte o les preocupe su porvenir.

Enhorabuena, el Tribunal Contencio­so Administrativo del Chocó acaba de abrir un incidente de desacato contra va­rias entidades por el incumplimiento de órdenes judiciales de hace 14 años en pro del río Cabí.

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