El Chocó de Ayer
De la edición 3033 del periódico ABC (Julio 24 de 1935)
Llegó el técnico que montará la estación radiodifusora de Quibdó
Por el avión de ayer llegó a Quibdó el señor Ernesto Washington, técnico del Ministerio de Guerra, cuyos servicios contrató la Intendencia para el montaje de la estación radiodifusora de esta ciudad.
El señor Washington es un experto en estas cuestiones, y nos ha manifestado que la estación estará montada en un plazo más o menos de ocho días.
Sólo se espera la terminación de algunos pequeños detalles del lugar donde se va a funcionar en el palacio intendencial de la carrera tercera. Reciba nuestro atento saludo.
Carta Abierta
Señor don Reinaldo Valencia L.
Director de ABC
La ciudad
Estimado señor de mi aprecio:
Ninguna otra oportunidad más propicia para sentirme honrado que la presente con la atención y cabida que usted le da en su muy leído periódico a estas líneas, pero la grandeza de su obra y la benevolencia con la que sabe atender a los que como yo sufren, me obliga a dirigirle la presente carta abierta. No ignora usted como buen periodista que es, que son las cárceles de nuestro país las que más aportan material para la publicación de crónicas tras crónicas y en ellas describir el estado de verdadera morbosidad en que se encuentran los presos. Por algo dijo la muy autorizada pluma del doctor Luis E. Nieto Caballero, amigo y compañero de usted, en uno de sus vibrantes comentarios, admirable por cierto, que hace a una crónica que sobre el horror de las cárceles publicara el cronista José Joaquín Jiménez.
Habla así el doctor Nieto Caballero, caballero como su apellido lo indica: “Sin meditar en la irresponsabilidad de la desgracia, en todos los atenuantes que deberían hallársele al que delinquió por instinto, por carencia de luces, por falta de orientación de sus pasiones, los jueces dictan y los carceleros cumplen la sentencia que habrá de hacer peores a los recluidos, que sólo servirá, por las modalidades de su ejecución, para alimentar el odio, para hacer soñar con la venganza, en que de nuevo saltarán las tripas como cintas en manos de un cubiletero, a cuantos padecen las torturas de que en forma tan impresionante supo hablar en cronista.
No diría señor director el cronista Jiménez, cuando el doctor Nieto Caballero se expresó de esa manera? Yo agrego don Reinaldo: Los jueces en nombre de la ley sacian sus pasiones y se basan en las falsedades de los que declaran y dictan fallos de que después se arrepienten. No pretendo hacer cargos don Reinaldo, sólo trato de analizar escuetamente el caso que analizara el autorizado escritor colombiano, cuando dice: ‘Los jueces dictan y los carceleros cumplen la sentencia que habrá de hacer peores a los recluidos, por las modalidades de su ejecución, para alimentar el odio, para soñar con la venganza’, porque no deja de comprender usted que cuando el individuo no ha cometido un delito y se lo castiga en nombre de la ley, es verdad que el pensamiento se va por caminos non santos, y si un momento no más que usted se dignara estar en nuestra compañía, le bastara para escribir un libro sobre los horrores y miserias de los presos; se formara una cabal idea de la infinita amargura que se esconde en ese antro de inmundicia que intitulamos cárcel.
No ignoramos los que sufrimos que se nos recluye para que purguemos un imaginario delito; ni ignoramos también las palabras de horror y conmiseración que a ratos salen de unos sabios llenos de odio o de bondad, pero lo cierto es que usted publicaría sus impresiones y con ellas haría rectificar el cruel concepto de quienes juzgan que al ser humano se le debe tratar como a la bestia enfurecida o brava, por las condiciones físicas en que nos encontramos; por las transgresiones hijas de los factores que no se escapan a los humanos de buen sentir, de nobles sentimientos, humanitarios y dignos de la admiración popular entre los cuales se encuentra usted. Quizá haya en las cárceles transgresores en apariencia y no verdaderas culpables. Comprendemos que se nos ha arrastrado hasta este terrible antro, hará favorecer y vengar a la sociedad ultrajada de actos criminosos que se dice tenemos que responder; sí, respondemos los unos con la culpa, y los otros, con apariencias coincidenciales. Pero, ¿qué culpa tendrá el crimen cometido por la sociedad en nombre de la sociedad, por los poderes públicos? ¿Qué nombre se le puede dar a esta clase de delitos?
La respuesta es algo dudosa, señor director, porque la sociedad misma comprende y tolera que se abuse con su nombre o por su nombre. Particularmente hablo del Chocó (aclaro Quibdó), donde me consta que nos sepultan vivos en este cementerio despreciable y despreciado por todos; encerrados en estrechas celdas; en detestable fetidez; humedad y desaseo porque el preso no merece más; porque estos individuos están borrados de la lista de los vivos. ¡Qué dolor! ¡Qué tristeza, señor director!
Jorge Enrique Vargas, Quibdó, julio 15 de 1935.
La Unión
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