Vendedores estacionarios versus malecón
Todos los habitantes de Quibdó anhelamos que el malecón de la ciudad se convierta en el espacio de recreación y contemplación para lo cual fue construido en la década de los años 70. La gente se cansó de tener que soportar en pleno centro de la ciudad una especie de antro de perdición que además de afear la ciudad sirve de amparo a todo tipo de delincuentes. De allí que la opinión pública haya expresado su complacencia por el reciente desalojo de las ventas estacionarias que rodean este bien público, para que el Invías inicie los trabajos de la fase III, que arrancan de las escalinatas donde antiguamente fondeaba la barcaza hasta el frente de la Intendencia Fluvial.
Los trabajos, que debieron iniciarse en enero de este año, contemplan además de la estabilización del terreno y contención de la corriente del río, zona de embarcadero, ciclovía, reorientación de aguas residuales y ampliación de andenes.
El área a intervenir es de 76 metros y el contratista calcula que en diez meses la obra sea culminada y dada al servicio de la ciudadanía.
A propios y extraños nos ha tocado ser testigos del deterioro paulatino del malecón por la desidia de las autoridades durante las últimas dos décadas.
Impotentes frente a tanta ineptitud, hemos visto florecer la prostitución en sus alrededores y la descomposición social que abarca toda la zona.
Nuestro hermoso malecón, creado como punto de esparcimiento familiar o escenario para el romance idílico, se convirtió de un momento a otro en un lugar de atraco, expendio y consumo de alucinógenos. Esto hace más azarosa la vida en esta ciudad descuidada en todos los frentes, donde pululan las basuras y los roedores por todos lados y donde la indiferencia de los ciudadanos magnifica la ignominia.
Las labores de desalojo nos permitieron admirar, como hace mucho tiempo no lo hacíamos, la belleza y majestuosidad del borde occidental de la ciudad en todo su esplendor. Es precisamente eso lo que queremos ver. La confluencia de los ríos Atrato y Quito, durante tantos años cerrada a la vista pública, se exhibió destellante frente a las personas que transitan por la carrera primera.
Sólo por esos días las corrientes de aire del Atrato refrescaron el sitio donde hace más de trescientos años los primeros pobladores clavaron sus ranchos.
De momento se pensó que las labores de recuperación del espacio público iban en serio, que los vendedores estacionarios serían reubicados en la plaza de mercado central y en las satélites, como corresponde, pero con el paso de los días supimos que se trataba de un simple reacomodo de las casetas, que al final taparon de nuevo el atractivo paisaje. La ilusión duró muy poco.
Lo cierto de todo es que a la administración municipal, sin importar quien haya sido el mandatario, le ha faltado visión estratégica para solucionar el tema de las ventas estacionarias que se tomaron por asalto los espacios públicos en Quibdó. Con sólo entrar a la plaza de mercado se puede comprobar que existen locales vacíos, mientras quienes deberían ocuparlos están con sus mercancías en la calle obstruyendo el paso de automotores y peatones. Estos mismos vendedores abandonaron las plazas satélites dispuestas para ellos en los barrios Esmeralda y Yescagrande.
Es hora de que el alcalde y sus asesores emprendan acciones más audaces y creativas para que los vendedores estacionarios se “amañen” en las plazas y los compradores se habitúen a ir por las mercancías hasta el sitio donde estas se dispongan. Es cuestión de educarlos.
A unos y otros habrá que cambiarles la preferencia por la intemperie e inducirlos a nuevas formas de atención al cliente, en las cuales se impongan como norma la comodidad y la higiene.